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AMAZONAS

  • Historia - 3
  • 25 nov 2015
  • 4 Min. de lectura

Lo primero que tiene que tener un perro para salir de viaje es un guacal, en todas partes lo piden para que los perros y los gatos viajemos incómodos. Buscando mi guacal nos paseamos toda Bogotá y no encontramos ninguno de mi tamaño, yo debo confesarlo, cuando me metían en una de esas cajas del demonio yo me estiraba más de lo normal y colocaba la mirada de perro degollado que mis humanos no resisten, a la vez me deleitaba al ver la cara de Julián diciéndole al vendedor -No, este es muy pequeño y no va estar cómodo, no tiene uno más grande?. Lo traigo loquito, el pobre jura que yo me voy a quedar allí adentro más de 20 minutos. Al final no me pude salir con la mía y la señora que me había caído bien, la del lengüetazo, llamo y nos propuso que si no encontrábamos un guacal para mi, ellos podían hacer uno de madera para que yo viajará cómodamente en el avión de carga con dirección a Leticia, tan linda, no?

Después de tener confirmado el pasaje y el guacal hecho, el siguiente paso es hacer los papeles para salir del país, entre vacunas al día, certificados médicos, ICA y apostillamiento ante la embajada de Brasil, mis humanos estaban que tiraban la toalla, en esos momentos es cuando yo como perro tengo que actuar y darles una mirada profunda a los ojos llena de la paciencia y la constancia que tengo de sobra, lo he hablado con otros perros bajo la influencia de una carne jugosamente verde y pasada de la basura y hemos llegado a la conclusión, que ciertos humanos se inventaron la burocracia para que las personas se cansen rápidamente de perseguir lo que quieren y sigan encerrados en su rueda para hámsters.

Finalmente se llegó el día, después de hacer mil trámites tanto perrunos como humanos nos embarcamos en el avión de carga. Cuando llegamos a Leticia y después de haber llorado la mitad del vuelo, mis amigos bajaron primero que yo, me gritaron que ya habíamos llegado, que me tranquilizara, escuche al señor decirles que la puerta para salir a la parte peatonal era diferente a la de carga, que no se preocuparan, que ellos me bajaban y me entregaban en la puerta del hangar. Bajaron del avión un poco preocupados, porque si bien me escucharon todo el vuelo aullando, nunca nos pudimos ver por la gran cantidad de cosas que habían entre nosotros. Mientras yo me preparaba para bajar me detuve a sentir donde estaba, me paso un escalofrío por todo el espinazo, ya no había marcha atrás, había viajado en un dragón enorme que sonaba durísimo durante dos horas y cuando aterrizamos el ambiente se puso húmedo, mi saliva se espesó un poco y cuando respire sentí más limpio todo, escuchaba muchos animales juntos pero también escuche una paz diferente, olía a selva. Pasaron varios minutos ¡en perro son horas! y no sabía nada de mis humanos. De un momento a otro me bajaron del avión como si fuera una gallina, me sacudieron por todo el guacal y en la llegada a tierra una de las tablas se quebró, afortunadamente no pasó a mayores y me dejaron al lado de la carga, mientras hacían todo el papeleo de mi llegada a Leticia.

Cuando mis humanos llegaron un perro policía percibió el olor de mi deliciosa comida desde que aterrizó el avión, así que sus papilas gustativas y bigotes empezaron a actuar y a dejar un charco de babas en el suelo acompañado de una postura de perro que espera su premio, intrínseca en todo perro adiestrado que conozco, la cual obviamente mal interpretaron sus compañeros de trabajo, haciendo que la revisión de maletas fuera aún más detallada, minuciosa y demorada. Yo ya en ese punto estaba desesperado con el corazón en la mano, daba vueltas una y otra vez en la caja, ladraba, aullaba, le pegaba al suelo con todas mis fuerzas y nada, ya todo estaba listo hace rato para que me recogieran y no aparecían por ningún lado, empecé a morder el pedazo de madera que se había quebrado, lo mordí intensamente y con todas mis fuerzas hasta que por fin lo rompí y me libere, enseguida empecé a correr por toda la pista ladrando a todo pulmón para que me encontraran, las personas al ver mi tamaño corrían espantadas como si nunca hubiesen visto un perro buscando a sus humanos, todos sabemos que es de vida o muerte encontrarlos así que seguí por una pista muy larga, de repente, escuche que gritaban ¡cuidado con el avión lo va a atropellar! voltee a mirar y me encegueció una luz muy grande, quede perplejo, estático, era evidente que la estaba re cagando pero no sabia porque, del susto quede paralizado, el foco de luz estaba más cerca y yo no podía moverme. Cuando ya todo estaba perdido escuche la voz de una mujer exaltada, sonó la más agradable sobre la tierra diciendo ¡TANGO, venga ya para acá! mágicamente en ese momento volvió la movilidad a mis patas, nuevamente tenía un norte en mi vida. Lorena me había escuchado y salió de esa oficina corriendo a mi rescate, yo la vi y corrí hacía ella lo más rápido que pude, salvando mi pellejo de una rueda de avión de carga.

Después del susto llegamos al hotel donde nos recibieron de maravilla, me tenían un cuarto junto al de mis dueños solo para mi, decidimos comer en el parque central de Leticia y respirar un poco de aire fresco, estábamos cansados y queríamos tener calma, esa noche decidimos que probablemente nos íbamos a quedar una noche mas en Leticia convencidos que los barcos salían diariamente de Tabatinga a Manaus, lo que mis bigotes no alcanzaron a percibir seguramente por lo largo y agobiante del día, era que estábamos en la capital de la selva amazónica Colombiana y que como toda selva nunca se sabe donde salta el mico.

 
 
 

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