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TAXI DRIVER

  • Historia - 4
  • 5 dic 2015
  • 5 Min. de lectura

Cuando vi que mi humano se movió y medio abrió el ojo, enseguida comencé muy discretamente a pegarle al suelo para que me sacaran a la calle porque estaba loco por conocer Leticia que es un paraíso perruno en donde todo el mundo nos quiere, nos acarician la cabeza echandonos piropos, te regalan sobrados de comida , tienen hoteles donde nos reciben sin ningún problema, y lo mejor de todo es que podemos montar en taxi, solo es poner una sábana y listo, sí, aunque usted amigo Bogotano no lo crea, el mito es cierto, hay taxistas que nos quieren.

Al salir a mi vuelta matutina averiguamos cómo podíamos ir al puerto para sellar el pasaporte y salir para Brasil ya que Leticia técnicamente forma una sola ciudad con el municipio brasileño de Tabatinga, allí es de donde salen los barcos que cruzan el Amazonas. Cuando preguntamos acerca de la salida de los barcos, lo primero que le dijeron a mi humano fue que sí queríamos viajar lo teníamos que hacer ese día o de lo contrario teníamos que esperar tres días más para la salida del próximo barco. Cuando nos dijeron eso todas las alarmas se prendieron, no era posible permanecer tanto tiempo en Leticia, así que tocaba actuar rápido para lograr subirnos al barco ese mismo día. Fuimos al hotel y empezamos a ordenar todo lo más rápido posible, salimos a la calle y conocimos a un amigo, un mototaxista que sin poner ningún problema se ofreció llevarnos hasta el aeropuerto de Leticia para recoger el guacal y sellar la salida del pasaporte, luego salir volados a Tabatinga a inmigración de Brasil para sellar la entrada, después comprar mi comida y por último ir al puerto con guacal, maletas, perro y hasta humanos para poder embarcar ese mismo día. Puede creer que todavía existe gente como él? su único requisito fue que me pusieran la correa en el cuello, pocas veces me colocan esa cosa, igual no hice ningún reparo y seguí fielmente las instrucciones porque en definitiva nunca me había subido en un mototaxi.

Desde pequeño me acostumbre a andar sin correa y aprendí rápidamente y por experiencia propia que los carros no tienen ninguna clase de respeto hacia los perros, son un bloque de acero listo para pasarnos por encima. En una ocasión olí a lo lejos a Pimienta, una perrita que me encantaba, mis bigotes la ubicaron como a una cuadra de distancia, salí corriendo a toda velocidad manteniendo fija la mirada y el olor en ella, imaginen la escena a ciento veinte cuadros por segundo mientras yo corría, y las orejas se movían para arriba y para abajo pensando en lo delicioso que sería pegar un brinco sobre ella y revolcarse por todo la hierba, mordiendo sus patas y cuello, mientras ella se dejaba llevar por la gravedad cayendo de golpe encima mío, aguantandonos todas las ganas de comernos a mordiscos. Sin prever que estaba al otro lado de la avenida hice mi salto estrella hacía la calle, lo que vi por última vez con el rabo del ojo fue una mancha amarilla que al verme aceleró más, yo termine como Keanu Reeves en matrix, haciendo un movimiento hacia atrás para que mi cabeza no quedara bajo su llanta, con la mala suerte que no estaba en una película de Hollywood y el taxi me pegó en el pecho muy duro, haciéndome dar una vuelta campana que me dejo viendo el mundo patas arriba y abriendo una herida profunda al lado del corazón, que calmó todas las ganas de salir corriendo como un loco detrás de cualquier perra en futuras ocasiones.

Cuando llegamos al puerto nos bajamos del mototaxi en una carretera con paso vehicular a lado y lado, no se porque me puse algo nervioso y me dio un vacío en la panza muy extraño, de un momento a otro un perro comenzó a ladrarme desesperado de verme todo lindo, yo levante mi pata para hacer pipí demostrándole que no estaba acobardado y que sí pasaba de allí lo cascaba, él estaba del otro lado de la carretera pero fue tanta su rabia que pasó rápidamente la calle para buscarme problema, yo como estaba con la correa no hice ningún movimiento y me quede quieto, mirándolo fijamente, esperando que mi amigo lo espantara, porque evidentemente yo no podía defenderme. El animal empezó a ladrarme muy cerca amenazándome con sus dientes y colmillos callejeros, yo no le preste mucha atención, le di la espalda y empezamos a caminar lo cual desencadenó la furia del perro que se mando encima mío mordiendome sin importarle que yo estuviese amarrado, cuando sentí sus dientes en mi espalda no tuve más remedio que voltearme y ladrarle con todas mis fuerzas levantándome en mis dos patas para salir detrás de él pero enseguida sentí el jalón de mi correa en mi cuello parando en seco mi trote, el hijo de perra se dirigió corriendo hacia su guarida sin percatarse que un carro venía a toda velocidad, se escuchó una frenada larga, seguido de un golpe seco que dejó a todo el mundo quieto, el conductor se bajó enseguida del carro colocando sus manos en la cabeza pues no podía creer lo que había pasado, un silencio invadió todo el ambiente mientras corríamos a su rescate pero ya era muy tarde, el pobre quedó tirado en el asfalto caliente de Tabatinga.

Entramos al puerto sin pronunciar palabra.

Cuando mi humano fue a comprar los pasajes fueron a verme y enseguida le dijeron que yo no podía viajar, así seco, mirándolo a los ojos mientras decían que yo era muy grande y que me veía como bravo, yo sinceramente estaba haciendo mala cara y no quería hacerle ojitos a ninguna aparecida, así que fue un no rotundo por parte de la señorita de los pasajes dejando a mis humanos boquiabiertos sin saber que hacer. Por un momento todo se derrumbo, Julián y Lorena hicieron todo lo posible para convencer a la vendedora de pasajes, pero ella solo decía -él siguiente por favor, enfatizando con su ceja hacia arriba, sabíamos que le importaba cinco nuestra situación. Nuevamente nuestro súper amigo y mototaxista entró a escena de derecha a izquierda, nos miró a los tres y nos dijo, tranquilos, debe haber alguna solución, se dirigió al barco y se las arregló para hablar con el capitán. Los tres nos quedamos quietos mirando como a lo lejos los dos hombres hablaban moviendo las manos y la cabeza, pero no logramos descifrar que estaba pasando. Fueron los segundos más largos de la vida, todos los planes que llevábamos haciendo por un año de un momento a otro ya no dependían solo de nosotros, dependían de la conversación de dos extraños, ajenos a nuestras vidas y sueños, el silencio tensionante se sentía y subía por todos los poros de mis patas. Es increíble como un apretón de manos a lo lejos te hace respirar con alivio, Pedro el mototaxista bajaba por la rampa del barco con una sonrisa de tranquilidad que nos devolvió todo lo que por un momento habíamos perdido, el capitán aceptó llevarme por 100 reales con el compromiso de estar en el guacal todo el tiempo. Nuevamente todo retomó su cauce gracias a nuestro amigo y ahora salvador. Tranquilamente nos sentamos a esperar nuestro turno para poder entrar al barco, quietos rebobinando toda la película que habíamos vivido en menos de 4 horas.

Finalmente y después de esperar unas 5 horas esperando y luego de una requisa estricta y digna de la frontera con Brasil, nos pusimos en movimiento a las 6 de la tarde en un barco de carga muy grande lleno de hamacas y con más de 200 pasajeros, que nos llevaría durante cuatro días río adentro a nuestro segundo destino, Manaus la capital del amazonas brasileño.

 
 
 

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