EL Voyager V
- Historia - 5
- 13 dic 2015
- 5 Min. de lectura

Estar en el barco es estar en Transmilenio de la Caracas con Jiménez en plena hora pico en el centro de Bogotá, se encuentran todas las tribus sociales en un mismo espacio y si usted no esta con cuatro ojos puestos puede que no salga victorioso de semejante aventura, pero si toma las medidas correspondientes su viaje va estar lleno de música, gente de todos los sabores y colores y poco a poco el asco que se tiene a las cosas inmundas se va yendo con cada entrada al baño.
En la bajada del avión me trataron como una caja de gallinas pero en la subida al barco pude entrar por la puerta grande viendo como se las arreglaban mis humanos y tres tripulantes para poder subir mi guacal de madera que pesaba 50 kilos con una cuerda por la parte de afuera del barco, para que finalmente quedara al frente de una cancha de fútbol con arco y todo, sí yo se que es cliché, Brasil igual fútbol, pero así fue la triste realidad, y yo con lo que odio el fútbol. Lo único que pensé fue en la tabla rota por la que antes había escapado en el aeropuerto, esa era mi única salida para escapar de esa cancha improvisada, que pereza estar pendiente todo el paseo de un balonazo en la cara por cuenta de unos entusiastas deportistas adictos a su opio.

Mis amigos me dejaron donde el capitán ordeno y ellos se acomodaron en el piso de abajo muy cerca del motor del barco, de paso le doy un consejo mi querido lector, no se le vaya a ocurrir hacer eso en su vida! el ruido del motor es una tortura china y dormir se hace imposible sin la ayuda de unos tapones de oídos. Mientras partíamos yo me quede en el guacal mirando todas las alternativas para escapar, deje que las personas se acostumbraran a mi presencia y con disimulo me fui saliendo por la tabla rota de mi guacal haciéndome el hámster, hasta quedar por fuera de él, ya libre lo demás fue fácil; me quede sentado haciendo la cara de turista chino que mejor se hacer y cuando vi la oportunidad salí muy cauteloso por todo el barco buscando a mis amigos, estaba muy nervioso y no quería separarme de ellos, todo era nuevo para mi, nunca había estado en un barco tan grande y me daba pánico perderme, los busque por todo el segundo piso del barco y no los vi por ninguna parte, pensé que se estaban ahogando o que de pronto habrían caído en el río lleno de pirañas o lo peor, que hubiesen conocido un perro mas bonito que yo, así que empecé a aullar como una foca con mi cara de cachorro perdido por toda la cancha de fútbol, el drama es mi especialidad para situaciones como esta. Busque entre la gente para ver quien caía en mi trampa, me eche en el suelo con mis orejas bajas y una mirada al infinito de perro degollado... hasta que por fin una incauta callo en mis redes, al acercarse le toque su mano tiernamente con una pequeña lamidita y un sutil movimiento de cola a lo que ella respondió con una caricia en mi cabeza preguntándome, donde están tus humanos? me pare lentamente como un moribundo de su cama, para no sacarla corriendo le pique el ojo y metí mi hocico en su falda zampándole un lambetazo en una nalga, enseguida me cogió de mi correa y busco a mis amigos por el primer piso llevándome hasta donde estaban ellos, cuando me vieron se pusieron igual de felices al verme, nos abrazamos y aprobaron mi hazaña. Aprovechando que ya había echo amigos y que nadie se había alarmado por mi presencia, mis humanos me dejaron toda la noche al lado de ellos, el guacal y el exilio del segundo piso eran historia.
Vivir en un barco es volver a lo básico, me recuerda la guardería donde mis humanos me dejaban cuando salían de viaje y no podían llevarme, me quedaba tirado como un perro en ese sitio mientras que yo pensada que nunca iban a regresar, todos los perros de diferentes razas y tamaños convivíamos en un mismo espacio, nos mirábamos como gatos y después que pasaban los días ya todos nos reconocíamos entre sí, teníamos un nuevo horario para comer, tiempo para meditar, y al final cada uno tenia una historia que contar, así es el barco Amazónico, tiene música a todo volumen, cerveza, gente por todos lados, hamacas, culturas, países, olores muchos olores, cigarrillos, cachaza, agua mucha agua café y selva para donde se mire.

Partir del puerto de Tabatinga con dirección Manaus con un sol amarillo en el horizonte fue dejar atrás una parte de mi historia, dejar Bogotá y sus comodidades de ciudad que esclavizan. Mis dueños en el barco no asisten ya a su iglesia ni hablan con su pastor, claro, ellos se creen muy ateos, dicen que no creen en nada pero mensualmente pagan un diezmo que se llama internet, todos los días le hacen preguntas a su pastor Google sobre las cosas que ignoran y obviamente, asisten a una secta diaria donde discuten pensamientos, opiniones, chistes, fotos, vídeos y acontecimientos de la vida diaria que creo se llama el cara de libro, pero ojo que ellos dicen que son libres, que risa me da verlos desesperados buscando una sucursal de su iglesia cuando ven llegar unas cuantas líneas de Wi-Fi a su teléfono. Al final y entre más nos adentrábamos en la selva no quedaba rastro de civilización, terminaron leyendo, escribiendo, hablando y compartiendo con el resto de la tripulación porque definitivamente las experiencias interpersonales se aumentan cuando viajan con un amigo de cuatro patas como yo.

Cuando te encuentras el Amazonas por primera vez te deslumbra, es imponente, los barcos que lo recorren son igual de grandes, se ve como respira el río con el sol que se estrella en el agua reflejando una selva enorme, pulmón del mundo, uno de perro siente subir esa humedad pegajosa por todo el aire, empecé a escuchar sus mitos y leyendas, me hablaron sus indígenas, sus plantas y toda la sabiduría junta que tiene la madre selva me llego a los bigotes con solo quedarme mirando el horizonte, llegar al río vale la pena, sentí mis instintos perrunos mas agudos que nunca, todo en mi se hizo real, todo lo que me había imaginado desde mi ventana comenzaba a tener forma, tenia un sentido, existía y estaba esperando por mi. Me había montado en un avión, vi la muerte pasar por enfrente y sentí el escalofrío de un NO cuando me quise subir a este barco, llegar a este momento con mis amigos y vernos partir del puerto fue reafirmar que el paso al vacío vale la pena, que la amistad entre perros y humanos seguirá existiendo por mucho tiempo, que trasciende fronteras, que es real.

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